Hijos de la Tierra Yerma

      PREFACIO DE UN BASTARDO

 

 

 Como lanzas punzantes los rayos del sol intentaban atravesar las borrascosas nubes que cubrían el cielo, consiguiendo solo algunos claros en la blanca estepa, aun así, el día estaba especialmente iluminado. Los pocos árboles que había se balanceaban al son del viento danzando con éste en un furioso baile desenfrenado, la nieve cubría la inmensidad de la planicie como un enorme manto blanco sobre el suelo y la helada inundaba cada rincón del terreno, sin haber rastro de alguna calidez en el entorno.

 

 




Los pies del desconocido caminante estaban descalzos, ennegrecidos por la suciedad y el escabroso terreno que pisaba, con heridas supurantes debido a las leguas que recorrió con rumbo perdido, con la única protección que poseía contra el invernal frío de una andrajosa manta encontrada en su viaje. Ni siquiera sabía a dónde se dirigía, ni que hacía en aquel lugar, solamente deambulaba totalmente desorientado. Extrañas voces hacían eco en su mente atormentándolo continuamente, debía huir de ellas. Su cuerpo débil y enfermizo casi no le respondía, se tambaleaba desorientado cayéndose en más de una ocasión,  levantándose solo por su endeble brazo derecho, el único apoyo que tenía, ya que su otro miembro parcialmente deformado casi no podía moverlo. Prosiguió por aquel tortuoso camino de blanca tierra con la esperanza de encontrar algún consuelo, alguien que le ayudara, que le amparara en su sino aciago.

 

 Otra tortuosa noche más le alcanzo. Se resguardo de ésta debajo de la copa de un árbol, arropándose con todo el ramaje que encontró, afortunadamente encendió un pequeño fuego que le reconforto del helado ambiente, comió algunos frutos encontrados en los alrededores y concilió algo de sueño en aquel frío paraje.

 

     ― ¡Aaauuhh!

 

 El aullido de una bestia nocturna le despertó de su letargo, se arrincono lo más rápido que pudo contra el tronco del árbol, noto la ruda y gruesa madera, ésta fría por el clima. Observó a su alrededor y decidió apagar la pequeña fogata que le mantenía caliente. Inmóvil y atemorizado escuchó otra vez el terrible alarido, aunque esta vez algo más lejos, parecía que el cazador se alejaba de la presa o perseguía otra, el caso es que ya no le atormentaba la presencia de la desconocida criatura. El silencio de la noche inundó otra vez su espacio, aunque el sueño le abandono por completo. Se agarró su brazo imperfecto y espero al amanecer, pensando que la muerte no tardaría mucho en cogerle en su abrazo, aunque al parecer éste la anhelaba.

 

 

 A la mañana siguiente el terreno seguía inundado por la nieve virgen y el aciago caminante retomo al sendero, cada vez más largo y angustioso, aunque éste algo más tratado y su alrededor menos arbolado. Las fuerzas casi le habían abandonado, cuando de repente un jinete a caballo con un galope desbocado se le acercaba de frente, ataviado con Brunia y casco ornamentado, no llegaba a distinguirle el semblante el desdichado caminante , casi le embistió arrojándolo a un lado, tuvo la suerte de no caerse mientras observaba como se alejaba.

Intento hacer el ademan de pedir ayuda y en ese momento una flecha atravesó la garganta del raudo soldado, cayéndose poco a poco de la recia yegua que montaba. Al errante viajero le sorprendió la situación quedándose totalmente petrificado, se mojó los labios cubiertos de yagas, aquello le escoció. Su vista nublada por el frío clima y el cansancio no le dejaban otear al reciente derribado y decidió dar unos cautos pasos para acercarse al caído.

 

El caballo seguía al lado del cadáver resoplando vapor y con parte del ensillado fuera del lomo, cuando un desconocido salió detrás de unas grandes rocas y se aproximó al animal con la mano extendida en gesto de tranquilizarlo, otros dos le siguieron tras el roquedal. Uno con arco y carcaj repleto de flechas, los otros con espada corta en mano, los tres vestidos con bacinete y maltrecha cota de cuero. Se acercaron al jinete tumbado y empezaron a registrarle , robándole todo lo que tenía. El maltrecho caminante miró a los lados asustado y decidió esconderse fuera del camino, con la mala suerte que tropezó y cayó sobre su apéndice amorfo; grito de dolor...

Los asaltantes se percataron del alarido y se dirigieron hacia él con el arquero apuntándole, se arrastró por el suelo casi sin desplazarse e incapaz de ponerse de pie, ya no tenía fuerzas ni para moverse; se giró agazapado en su maltrecha manta ocultando su delgado cuerpo y espero a que llegaran con la esperanza de que no le vieran. Intento otear con su visión nublada a través de una abertura que dejó para ver a los tres agresores, solo discernió el blasón de uno de estos, una gran torre central con dos más pequeñas a sus lados, aquello no significo nada para él.

 

Uno de ellos le profirió una patada, no respondió agresivamente el allí escondido en su gran capa cochambrosa, solo temblaba de frío, dolor y miedo. Empezaron sin ningún miramiento apalear al desgraciado que se ocultaba...

 

      ― Parece que es nuestro día de suerte, ¿ Tú? ¿Quién eres?  comentó uno de ellos con voz ruda.

 

El temeroso no respondió, ya que el miedo le abordo por completo, a la vez que la extraña y familiar voz empezó a martillearle en su mente otra vez.

 

     ― ¡Responde perro!

     ― Creo que es mudo o sordo el muy rastrero, quizás debiéramos hacerle gritar, eso alegraría aún más el día de hoy   indicó uno de los asaltantes mientras blandía un puñal.

 

Solo se emitió un gemido de dolor por parte del tumbado y maltrecho caminante, su suplicio era inmenso.

Los afortunados forajidos rieron maliciosamente en su cara y el que parecía ser su líder les ordeno a los otros dos..

 

    ―  ¡ Abrid su maldito trapo y matad al cobarde ! No quiero testigos, coged todo lo de valor, si es que tiene algo.

 

Y así lo hicieron, dejando al descubierto el famélico cuerpo del caminante sin rumbo, pero para su sorpresa, cambiaron inmediatamente de idea al ver lo que tenían ante sus ojos. Dubitativos se miraron entre ellos y decidieron llevárselo con sus andrajosos atavíos, le subieron al nuevo caballo adquirido y le ataron a la cruz y al cuello de este, notó la calidez del equino y su tupida crin negra contra su pecho, el agradable calor del animal le inundo llevándole casi al sopor. Antes de irse, los malhechores escondieron el cadáver del reciente muerto , alejándose apresurados de aquel lugar de sangre y nieve.

Con la gran montaña a lo lejos y aquella voz que le abrumaba , desapareciendo lentamente.