EL RENACER DEL FULGOR

(Dos años después).

 

Lo primero que sintió fue el suelo rocoso frío al tacto de las manos, su vista estaba borrosa y no discernía nada en aquella estancia oscura. Se alzó titubeante y poco a poco su visión se fue aclarando, observó sus manos fuertes, aunque entumecidas y de un color rojo pálido, palpó su cara desconocida para él mientras todavía salía vapor de su cuerpo totalmente desnudo, se tambaleó hacia un lado desorientado, tomó un respiro y se preguntó....

 

<< ¿Qué hacía allí? ¿Quién era?>>

 

Se percató de que se encontraba en una caverna totalmente circular de grisácea piedra y ambiente seco,  iluminada por algo a su espalda, se giró y se quedó perplejo al encontrarse delante de él la fuente de luz;  Una llama enorme suspendida en el aire. Dió unos pasos atrás turbado, observando detenidamente aquel enorme fuego suspendido en la rocosa estancia, estaba ardiendo y no emitía calor alguno en el lugar o por lo menos él no lo notaba, se encontraba ahí como por arte de magia..., aun así, aquella imagen le parecía familiar como si estuviera unida a ella. Decidió acercarse y tocarla, en el instante en que lo hizo se quemó;  por primera vez sintió dolor, aquella sensación fue alentadora a la vez que perturbaba su juicio.

 

Desconcertado por lo ocurrido decidió salir de allí, encontró un gran orificio, un estrecho y oscuro hueco hecho por la naturaleza, entonces se adentró en este, cada paso que se alejaba de la llama , la oscuridad inundaba aquel pasadizo, aunque para su asombro sus ojos se acostumbraron rápidamente a las sombras, con lo que pudo orientarse sin problemas en el escabroso túnel.  Ya no tenía el cuerpo entumecido y el vigor le inundo, avanzo con cautela unos pocos pasos y no muy lejos de la pedregosa estancia que dejó atrás,  vislumbro una tenue luz plateada, cuando llego al final del túnel salió al exterior.  Una brisa le acaricio el rostro,  en el momento en que lo hizo, advirtió de que el ambiente seguía estando seco, parecía ser que no había llovido en algún tiempo.  Alzo la vista y se vio fascinado por la imagen de un mar de estrellas con su enorme luna, aunque tapadas parcialmente por una extensa niebla que cubría la inmensidad del firmamento, con lo que perdían ambas partes su glorificante luz.

Se encontraba en la cúspide de una montaña.

Sus sentidos se agudizaron y oteó en la lejanía una gran cordillera, tanto por el sur como por el norte, como si de un muro se tratara y en medio una enorme extensión de tierra desconocida para él.

 

     ― ¿Qué estaba pasando?     ― se preguntó en voz baja.

 

Observó unas luces al fondo de un valle,  algo lejos de la ladera de la montaña, como si de una aldea se tratase, entonces escucho una voz susurrante,  acompañada por el viento que le decía...

 

     <<Guíalooos>>

 

Éste miro hacia la cueva de donde había salido y la escucho otra vez algo más débil...

 

     <<Encuéntralaaa>>

 

Le cautivó de inmediato, entonces , decidió empezar su descenso en aquella dirección en busca de respuestas.  Por picos escarpados y afiladas rocas descendió de aquella monstruosa montaña, notó que su cuerpo le correspondía de una forma desbordante y alcanzo la ladera de ésta muy pronto;  para su sorpresa la oscuridad era más cerrada allí , ya que la niebla tapaba aún más las estrellas y la luna, como un manto sobre el cielo, aunque él seguía viendo bien en la profundidad de la noche. Todavía se encontraba lejos de la aldea, tomó camino hacia ella con seguridad, mientras que la montaña fue quedándose a su espalda y el terreno que se abría ante él era cada vez más yermo, con poca arboleda, eso le facilitaba aún más el camino. A grandes zancadas avanzó, sin saber adónde se dirigía, sin saber que le deparaba el destino, con la incertidumbre de qué es lo que se encontraría.

 

 

 

 

     ― ¡ Pásame un trozo más de carne !   ―exclamó Erum.

     ― Toma, pero no te atiborres, que la noche es larga   ― respondió Alamar.

El calor de la hoguera no era intenso, pero reconfortaba a los dos hermanos, sentados frente al fuego cubiertos por dos túpidas pieles de venado. Se encontraban en un claro que solían frecuentar cuando salían a explorar, con algo de vegetación a su alrededor y cerca de su aldea, aunque también de la montaña.

Erum Thaerís era un joven que aparentaba unos veinticinco años, alto y fuerte, de tez roja pálida, con pelo negro y corto, sesgado en varios lados como si una garra le hubiera pelado la cabeza; mientras que Alamar Thaerís un poco más joven, algo más delgado y bajo, de mentón fino, con pelo largo, negro y trenzado en varios mechones, aunque algo más agraciado de aspecto que Erum. Ambos portaban cuchillo en cinto, utensilios de caza y lanza que descansaban en el suelo al lado de estos, aparte de ropajes de cuero y manta para guarnecerse de la fría oscuridad.

Ambos habían sido enviados de caza esa noche, sin demasiada suerte ya que solo consiguieron dos conejos, aunque eran buenos exploradores,  no tuvieron opciones a más presas, ya que últimamente la zona estaba plagada de lobos de las llanuras, terribles bestias de inmenso tamaño y sangrientos colmillos. La población de éstos había aumentado y eran extremadamente peligrosos, sobre todo en la nocturnidad.

Con algo de comida preparada los dos hermanos charlaban tranquilamente, ignorantes del acontecimiento por ocurrir.

    ― ¿ Sabes lo que le hace falta a Taran ?  Guerreros para protegernos de los lobos y de        los asaltantes, además de otros peligros, he incluso una muralla alrededor del pueblo        para resguardarnos de estos.      ―dijo Alamar.

     ― ¡ Claro ! , también un foso con Moradores o mejor aún, porque no muros tan altos        como los del Orgón, la fortaleza inexpugnable como la llaman algunos   ―contestó              Erum.

     ― Solo digo que un poco más de guardia ante los males no estaría mal. Haber, en el           pueblo somos unos trescientos y solo veinte exploradores, el resto; casi todos son           recolectores y mineros, poco harían ante una amenaza. Nosotros aparte de cazar realizamos otros trabajos de “protección” y no damos abasto con todo.

     ― Haber Alamar, la única labor de amparo que hacemos es cazar lobos cuando se acercan mucho al pueblo o cuando Offa se emborracha y crea algo de alboroto, que al final lo apaciguan hasta los críos; Y has de saber que en la aldea nos ayudamos los unos a los otros, más de uno daría su vida por Taran;

¡ Anda pasame el agua !  ― Erum dio varios largos tragos y le paso el pellejo de agua a su hermano, quien dándole otros tantos tragos sació así su sed.

El silencio se hizo en el entorno de repente y Erum se percató de ello, mientras que su hermano seguía con su palabrería...

     ― ¿No lo escuchas?

     ― El qué, no se oye nada ―respondió Alamar.

     ― Exacto.  - dijo Erum.

Por un momento los dos acallaron, para más tarde romper el silencio el más joven de ellos.

     ― Pues sabes qué, deberíamos de tomar esas decisiones nosotros, porque…                          Interrumpido Alamar se quedó boquiabierto, cayéndosele la bota de agua al descubrir el causante de tal calma.

En ese instante una enorme figura salida de la oscuridad se plantó de imprevisto a unos metros de estos dos, levantando algo de polvo y arena del parón inmediato que dio este oculto ser. Los dos hermanos se levantaron y retrocedieron recogiendo antes sus lanzas y apuntando al extraño.

     ― ¿Quién eres?  ¿Qué quieres?   - preguntó Erum enérgicamente. ¡ No tenemos nada de valor !

Alamar estaba absorto ante tal situación y el temor empezó a crecer en su mirada. La oscura silueta de la criatura no respondió y la luz de la fogata no era suficiente para ver quién era. En ese instante , la figura avanzo unos pasos hacia ellos, quizás para hacerse ver, mientras que a Alamar le inundaba un pánico inmenso como si estuviera contemplando la muerte, todo su cuerpo le pedía huir de aquel lugar y así lo hizo, soltando la lanza, incluso dejando a su hermano atrás.

     ― ¡ Alamar !  ― gritó su hermano ―. ¿ Dónde vas ?    ¡ Alamaaarr !

El hermano mayor retrocedió hacia atrás, algo le impulsaba a alejarse de esa figura, aunque se resistió al principio, al final decidió seguir a su hermano en la leve espesura del bosque adentrándose en la oscuridad de la noche.

Se quedó solo con la fogata , admirando el fuego que le hacía recordar de donde venía. Extrañado por lo que había visto , pensó en el parecido con él, pero más indefensos, más débiles, en el fondo sabía que su imagen les había provocado el huir, como si tuviera un aura alrededor, pero no sabía ni cómo ni por qué. Cogió las mantas que se habían dejado, las rasgo y se tapó como pudo, prosiguió su camino hacia el pueblo, mientras veía el rastro de los dos hermanos.

 

 

 

Maeco cenaba tranquilamente en su morada con su pareja Enea y su hija Neia. Esa noche, Enea preparó frutos y verduras, con algo de carne. Su retoño ya había comido y jugaba con una pequeña muñeca de trapo, apartada ya de la mesa de sus padres.

Maeco Alderstaf aparentaba unos cuarenta años, alto, delgado pero fuerte, pelo castaño, mentón fino y con una cicatriz en el cuello de un encontronazo con un lobo atrás ya. Enea Astaria algo más joven que su cónyuge, pelo largo y negro con un mechón blanco a un lado, de constitución estilizada y afable mirada, bastante atractiva para su edad. Su hija de seis años, la viva imagen que su madre, con unos ojos marrones llenos de ternura, los tres con una pálida piel rojiza.

La vivienda que poseían estaba hecha de gruesa piedra muy bien tallada,  con tejado de madera, como casi todas las casas de Taran. Dos pisos formaban la morada, con los dormitorios en la planta superior y salón con cocina en la inferior. Pieles de animales adornaban los muros y una gran cabeza de lobo reposaba en la pared central del salón, debajo de ésta una gran chimenea ahora encendida y sobre las brasas una trébede de hierro forjado descansaba junto a una atizador, fuelle y tenaza. Utensilios de caza colgados como trofeos en todas las paredes de esta estancia, aparte de un pequeño espejo cerca de las escaleras que daba a la planta superior. En la cocina se encontraban todo tipo de vasijas, marmitas, vasos y platos de cerámica, y algún que otro cubierto de metal;  Una gran alacena se podía ver en una esquina de ésta, toda repleta de comida y enseres, al lado alguna que otra estantería con botellas de alcohol y otros mejunjes que solía probar Maeco y Enea en ocasiones especiales;  Una alfombra marrón adornaba el suelo del salón cercana a la chimenea y encima de ésta un gran butacón donde Maeco solía pensar y beber tranquilamente. Estos dos ahora dialogaban cordialmente sobre asuntos de importancia que afectaban al pueblo en el que habitaban.

     ― ¿Tú crees que los lobos serán un problema en esta época? , cada vez se acercan más al pueblo y temo por todos ― comentó Enea, mientras miraba a su hija preocupada.

    ― Tranquila cariño, nos haremos con ellos para eso las guardias y las patrullas, incluso estoy pensando en hacer una empalizada alrededor de la aldea, por lo menos como método disuasorio ante esta amenaza ―dijo Maeco mientras giraba la cuchara en el plato de comida.

    ― Ya..., pero es preocupante. He hablado con Asana y los otros,  y me han comentado…  - se dio un respiro ―,  que aparte de traer caza al pueblo sois responsables de la protección de este.

Maeco la observo, contemplo la mirada de preocupación de su pareja mientras seguía hablando Enea    ― Yo les he dicho que, aunque eres el líder de estos, no eres un soldado, así que no sé…

     ― Míra, aunque sea Nhekâm de los exploradores, no lo soy del resto ― Maeco comía del plato mientras decía esto .  ― Haremos una cosa, mañana diles que nombraré dos nuevos cazadores, creo que Dork y Saens están preparados y así estaremos más protegidos, por lo menos acallaran por un tiempo, además lo de la empalizada será buena idea, ¡Seguro! a ver qué les parece eso.

Enea sonrió y le beso en la mejilla, Maeco refunfuño con una leve sonrisa.

     ― Eso está bien ―exclamó Enea de una forma provocativa ―, y como recompensa ésta noche…

En ese instante escucharon alboroto en la plaza, ya que la casa de Maeco se encontraba cerca , miró a Enea y está a él.

     ― Voy a salir a ver que es todo este jaleo, tú quédate aquí con la cría ―expresó Maeco. Cogió su lanza y salió a la plaza, Enea y la cria observaron preocupadas por una de las ventanas que daban al exterior.

Las luces de las fogosas picas y antorchas puestas en la plaza iluminaban esta, en el centro estaba situado un pozo y alrededor de éste se encontraba Rusk Ereon. De la misma edad que Maeco y explorador de gran experiencia, achaparrado, de físico recio, pelo corto, negro y con una espesa barba,  era amigo de Maeco desde la infancia. Portaba dos hachas de mano que ahora reposaban en ambos lados de su cinto.

También estaban Dork Akilo y Saens Tiriel,  de la misma edad que Alamar. El primero de complexión delgada pero alto y bastante guapo de aspecto, mientras que Saens de constitución fuerte y con cara de bonachón, ambos portaban lanzas y armadura de cuero. Estaban hablando con Alamar, éste muy nervioso, movía los brazos de un lado a otro mirando constantemente a los tres que estaban junto a él. Maeco se fue acercando mientras veía que las puertas de otras casas se iban abriendo y saliendo otros habitantes del pueblo preocupados por la bulla,  acercándose también al grupo para averiguar qué pasaba;  en ese instante vió como Alamar agarro a Rusk de la pechera con una mano con el afán de llevarle a algún lugar, este se la quito de inmediato y le cogió de los hombros con el propósito de tranquilizarle, Maeco llego a su lado y observo algo desconcertado.

     ― ¡Tranquilo muchacho! Solo he entendido que una figura os atacó, a ti y a tu hermano mientras vigilabais la zona cercana a la montaña ―dijo Rusk con voz tranquila.

     ― ¿A ver qué pasa aquí? ¿Que es todo esto? ―interpelo Maeco, mientras miraba a Alamar, que estaba muy alterado y asustado.

     ― ¡ Maeco ! ―exclamó Rusk asistiendo con la cabeza y gesto adusto.

     ― Rusk..., muchachos ―dijo Maeco dirigiéndose a todos allí.

     ― Sabes que Alamar y Erum estaban cazando al noreste de Taran esta noche.

     ― Si,  les mande yo,  para que alertarán por lo de los lobos y vinieran si hubiera algún peligro ―contestó Maeco.

 

Mientras tanto otros se fueron acercando al grupo,  para saber qué pasaba, con algunas armas.

     ― Pues parece ser que algo les atacó y salieron corriendo al pueblo, y.…   ―en ese instante Alamar interrumpió a Rusk alteradamente mirando a Maeco....

     ― ¡Si, apareció de la noche!  ¡De repente!   Al principio creía que era un lobo, pero luego vi que era como nosotros, pero más grande, cogí la lanza y él se quedó ahí, observándonos, un instante.

     ― ¿ Pero os atacó?  ―preguntó Maeco.

     ― ¡Sí...!, bueno... no , se quedó ahí y avanzo hacia nosotros, ¡ tuvimos que huir! , yo… ―miro al suelo algo más tranquilo, pero avergonzado ―. Yo tuve miedo de aquello.

     ― ¿ Pudisteis ver quién era? , a lo mejor alguien del pueblo o de otra ciudad, la luz del fuego y la noche pueden pasar malas jugadas, muchacho ― dijo Rusk con acento pesimista.

     ― No, no he visto ni sentido nada igual en mi vida y por supuesto no era nadie de nosotros, si no preguntad a mi hermano ―oteó a los lados sin encontrar lo que buscaba        ― ¿ Erum dónde estás ? ¡¡ Erum !! ―y el pánico resurgió otra vez.